El pasado muchas veces no es algo de lo que nos guste hablar, ni siquiera recordar, pero suele ser una sombra que nos acompaña toda la vida. Muchas circunstancias fueron provocadas por nuestra necedad, nuestra rebeldía, nuestra falta de prudencia; pero, muchas otras pasaron sin que pudiéramos hacer nada al respecto, solo se presentaron y se establecieron en nuestra vida de manera impetuosa.
Buscar culpables? Esa es una opción que no suele llevarnos muy lejos. Siempre habrá alguien a quien culpar, pero, no siempre habrá solución, y tener un culpable aumentará el rencor, el odio, la amargura….
Tratar de olvidar? Es un buen intento, pero no suele ser verdad, solo esconderemos el dolor bajo llave, pero ante un detonador que no suele tardar en llegar, todo sale a luz nuevamente.
Hay una tercera opción, deshacernos de él. ¿Como? Entregándose a Dios, dejando que El sane el pasado, sin buscar el porqué, sin buscar culpables, sin buscar como pasaron las cosas, solo intentando sanar.
Dios puede sanar el pasado porque El siempre estuvo ahí, y es la manera en que le decimos de acá en más, escribe en mi vida, se el autor, dibuja el camino, pinta mis días para poder llegar a ser ese proyecto que un día pensaste de mí.
Inténtalo…
Y recuerda: el pasado no te define, así como tampoco te define lo que la gente piense de vos, ni aun lo que vos mismo pensas, solo te define lo que Dios piensa, y esos siempre son buenos pensamientos.
